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Leyendas universales
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LEYENDA DE ACIBELLA Y RABASÓN (I)

LEYENDA DE ACIBELLA Y RABASÓN (I)

LEYENDA DE ACIBELLA Y RABASÓN (I)
Benasque (Huesca) España. Año 929

 

- ¡Qué historia más triste, Rabasón! – dijo Acibella – de nuestra tierra y… tan extraña… Pero no entiendo como al final Pyrene se va con Iberio. Si no lo quiere, ¿no?

- Pero Pyrene sabe que él tiene lo que ella desea. Poder.

- ¿Poder? ¿Busca su poder?

- Quiere utilizarlo. Quiere usar su poder, pues sabe que la cultura de la Tierra Norte es superior. La fuerza física siempre ha sido un gran aliado de la inteligencia, pero siempre se le ha subordinado. La razón mueve los hilos de los músculos, deseosos de que dirijan sus acciones.

Acibella se quedó mirando fijamente a su bufón. Pocas veces lo hacía. Sonrisa estática en un atractivo rosto moreno de tierras del sur, movimientos desgarbados que exageraba pues en ellos había encontrado su profesión, músculos escuálidos conformando un cuerpo limitado… definitivamente era un esclavo, un ser inferior.

Y pensó en el poder. Nacida en Gascuña, la antigua Vasconia, desde niña conocía la ansiedad por el poder de su familia. Ese era uno de los temas que a lo largo de su vida había estado debatiendo y sufriendo, en el que aún seguía pensando, pero que nunca había logrado resolver.

- ¡Contradicción absoluta! – se dijo. La intensidad de su sentimiento hizo que la voz se le escapara de la boca.

- ¿A qué se refiere, mi señora?

- ¿Tú por qué estás aquí, Rabasón?

- Bien lo sabe, mi duqesa. Fui un regalo de su marido, recibido a su vez como premio a su fidelidad de la reina Oneca de Pamplona, que me había traído de Al-Ándalus.

- Ay, sí, esa historia tan increíble que me contaste, Rabasón, cuando la reina vivió con los infieles – dijo Acibella despertando inesperadamente su interés por la reina legendaria.

– Cuéntamelo otra vez, vamos, bufón – dijo la duquesa reclinándose en su mejor cojín.

El bufón, siempre queriendo agradar a la mujer de la que estaba enamorado platónicamente desde que la vio por primera vez, pese a que de eso hacía ya más de 20 años, rememoró los extraños avatares por los que pasaban los nobles de los reinos de esas montañas, en una confusa conjunción de religiones mixtas. Fue un relato apasionado, que el tiempo estaba convirtiendo en Historia.

- Es complejo y largo de explicar. Todo empezó con el gran caudillo hispanorromano, el conde Casio, que no queriendo perder sus propiedades y privilegios y amante del poder, se convirtió al Islam, fundando el famoso clan Banu Qasi. Su hijo Fortinius Casius, o por su nuevo nombre de creyente Fortún ibn Qasi se casó con Asima, hija de Abdelazid ibn Musa y Egilona, la viuda del desventurado don Rodrigo. Su hijo Musa ibn Fortún, gran valí del valle del Ebro, aunque los anales de los monjes no lo recogen, se casó con la reina bárbara de Pamplona, madre de Íñigo o Eneko Arista, iniciando una tradición de atracción de los musulmanes por las mujeres bárbaras.

- Espera un momento. ¿O sea que esa reina tuvo dos maridos? ¿Un vascón y un moro?

- Así es. Probablemente Musa ibn Fortún mataría a su primer marido, aunque el hijo sobrevivió para convertirse en el gran caudillo que todos conocemos.

- Qué nombres tan complicados tenéis. Siempre con el ibn…

- Ya lo sabe, ibn Fortún, hijo de Fortún. Como vosotros. Su marido se llamaba Aznárez, hijo de Aznar, no?

- Sí – dijo sombríamente, pensando en el hombre a quien le dio tres hijos, para acabar siendo repudiada y sustituida por una mujer más joven, cuyos hijos heredarían el condado a pesar de no ser los primogénitos. Poco podía hacerse ya porque ambas eran ahora viudas.

- Continúo. De esa unión nació Musa ibn Musa, Musa el Grande, “tertius regem of ‘Isbaniya’ tercer rey de la península, y hermano de madre de Eneko Arista, el vascón. A pesar de pertenecer a culturas tan diferentes, los hermanos se ayudaron en muchas ocasiones y lucharon codo a codo contra los francos, interesados en pasar las montañas y conquistar toda la Gascuña y el valle del Ebro. Pero tras el fracaso del sitio de Sarakusta, los vascones del sur no toleraron que volvieran a llevarse de nuevo como rehenes a sus mujeres e hijos y, aliados con los aragoneses y los moros, aplastaron en Roncesvalles al ejército del emperador Carlomagno. Tras la gran victoria, en la peña Oroel 300 caballeros proclamaron rey a Iñigo Arista, fundando el reino del que somos vasallos. Tras varias guerras y matrimonios mixtos, su nieto y sucesor Fortún Garcés, apodado el Monje por los bárbaros y “al-Anqar”, el Tuerto, por los musulmanes, tras ser vencido y hecho preso en Milagro acabó desterrado y preso en Qurtuba, acompañado de su hija Oneca, que entonces tenía 14 años, aunque para ellos más que una prisión era un paraíso, ya que Qurtuba era, y sigue siendo, la mayor, la más culta, y más asombrosa ciudad de Europa.

- Sí, Qurtuba, Córdoba. Todos dicen maravillas de esa ciudad. Tú viviste allí, ¿verdad? Cuéntame cómo es.

- Qurtuba es la ciudad del arte, de la poesía, de la música y la danza, en ella viven los mejores matemáticos y filósofos, hay los mayores zocos de especias y los mejores artesanos en la taracea de madera, el cuero o el repujado de metales. En sus calles, estrechadas a propósito para evitar el calor, y en los hermosos patios, que brillan hasta de noche con sus azulejos inigualables, suena la melodía permanente del agua de las fuentes, y los olores del mirto, del arrayán, del jazmín o de la albahaca emborrachan al transeúnte, hinchando sus pulmones y haciendo que recuerde para siempre el creyente que se encuentra en el paraíso, un edén sin parangón en ninguna otra parte.

- Pero el rey no vive allí, ¿no?

- El gran Abderramán III, como califa de Qurtuba, tiene que demostrar su prestigio al mundo civilizado, estando a la altura, si no más, de los otros califas. Por eso está haciendo construir un enorme palacio cerca de la ciudad, hacia la sierra, Madinal al-Zahara, donde los mejores artistas diseñan una ciudad de ensueño de las Mil y una noches.

- ¿Qué significa Medina Azahara?

- La ciudad brillante. Todo está forrado de azulejos, rodeados de plantas y fuentes. Se dice que el califa exige que hagan todo con el máximo lujo para agradar a su favorita, Azahara...

Rabasón se quedó silencioso. Los amores correspondidos suponían para él un sueño imborrable, que nunca podría hacer realidad. Frente a sí tenía una mujer mayor, aunque para él fuera una hurí, cuyos cabellos rubios le habían estado alterando la consciencia desde hacía veinte años. Acibella lo sacó del ensimismamiento.

- Vamos, continúa.

- Sí, nos hemos ido del relato. Pues bien, el rey Fortún Garcés el Tuerto y su hija adolescente viajaron al exilio dorado, imbuyéndose inmediatamente en el embrujo de la urbe resplandeciente. No tuvo que pasar mucho tiempo para que el atractivo distinto de la princesa bárbara Oneca atrajera a las más altas esferas. El emir de Córdoba, pues Al- Andalus aún no era entonces califato, se prendó de ella, se casó con ella, y allí comenzó la leyenda de Durr, “la perla”. Con el emir tuvo un hijo, Muhamad, su heredero y dos hijas. Muhamad creció y, como su padre, se enamoró de una esclava vascona, Muzna, a quien hizo su concubina y que le dio un hijo. La alegría del nuevo nacimiento no duró mucho, y a las tres semanas del nacimiento del bebé, el futuro Abderramán III, Muhamad fue asesinado por su hermano menor al-Mutarrif, quien finalmente sería decapitado.

- Qué triste historia, pobre Oneca, pobre Muzna.

- Pero la historia todavía dio un giro inesperado. Habían pasado veinte años desde que Oneca y su padre habían dejado sus tierras bárbaras para vivir en el confort que solo Al-Andalus podía ofrecerles. Los juegos de estrategia política del norte de la península reclamaron la presencia del rey Fortún Garcés en su trono de Pamplona, y eso también interesaba al emir cordobés, pues tendría un rey aliado y vasallo. Pronto Oneca, entonces con 34 años, se vio casada de nuevo, con su primo Aznar Sánchez de Larraún. Tuvieron un hijo que murió joven, pero sus dos hijas se casaron sucesivamente con los reyes de Pamplona. Y así Oneca fue la abuela de la reina de Pamplona y del califa de Córdoba.

- ¡Qué vida tan apasionante! Vivió en dos mundos y en ambos fue la protagonista. Aparte de su belleza no dudo de que tendría una personalidad arrolladora… - mientras eso decía, Acibella pensó en su poca fortuna ya que, pese a ser duquesa, el azar la había apartado de las líneas sucesorias.

- Pero ¿entonces el califa es como nosotros, los vascones?

- Físicamente sí. Es pelirrojo, de ojos azules y si vistiera vuestras pobres ropas parecería uno más. Pero ha sido criado dentro de una cultura superior y, aunque una de sus tareas cotidianas es teñirse el pelo y la barba de negro para parecer árabe, en lo demás en un gran siervo de Alá.

- Un califa de pelo rojo, qué curioso. ¿Entonces tú fuiste un regalo del califa?

- Del emir. Hasta este año no se ha proclamado el califato de Córdoba. Al Andalus era un estado independiente regido por un emir.

- Muy interesante tu relato, como siempre, Rabasón, pero ahora debes retirarte. Di que venga más tarde mi director espiritual. Creo que me tendré que confesar después de oír estos relatos paganos de cristianos en pecado. Ahora voy a leer un poco, que el sol se pone pronto.

- Lo que ordene, mi duquesa – contestó el bufón, mirándola con la intensidad que solía. Ese día agradeció sobremanera el detenimiento de la duquesa en su persona, nada común, pues raramente se dignaba mirarlo.

Acibella volvió a pensar en el poder, y cómo el poder usaba a las personas por encima de cualquier religión. El poder de Pyrene, el poder de Oneca, el poder de Musa ibn Musa, el moro Muza, como lo llamaban despectivamente los cristianos de Benasque, …

Ante ella, apoyado en un atril, tenía un gran libro apergaminado que suponía su reto mental diario, que le ayudaba a pasar los cortos día de invierno, cuando no se podía salir a un valle con más de una vara de nieve.

En el siglo X, tener un pergamino en las manos alguien que supiera leer era un privilegio al alcance de muy pocos. Pero como hija de García Sánchez II, duque de Gascuña, su educación había sobrepasado con mucho a la media de los pocos cristianos refractarios del Islam que poblaban los Pirineos en esos tiempos oscuros de la Alta Edad Media. Desde muy pequeña había tenido un preceptor de latín, el monje Agapito que, ante el acusado interés por la lectura que demostraba su pupila, finalmente, no teniendo ya más manuscritos que enseñarle, y ante la continua insistencia de la joven condesa, que profesaba un amor ilimitado por el conocimiento, finalmente se decidió a prestarle una obra pagana escrita en griego, todavía no traducida al latín.

El nuevo reto al que se le sometía hizo resplandecer los ojos de Acibella. Iba a aprender otro idioma y además iba a conocer cómo era el mundo antes de nacer Jesucristo.

Fueron pasando los meses en los que la dificultad de la nueva grafía ponía a prueba a la joven intelectual. Mil veces dejó su lectura por imposible, pero su mayor placer en la vida era superar las dificultades y una vez superadas buscar otras, por lo que no rebló hasta poder leer en ese idioma. En aquellos tiempos el tiempo pasaba muy lentamente y las acciones eran largas y profundas.

El sucinto resumen de la obra que le había adelantado Agapito, aún no habiéndolo leído él mismo, la tenía encandilada. Y quiso llegar hasta el fondo de esas fantásticas vidas, envueltas en la mitología.

Cuando ya comprendió los caracteres con los que se había escrito el antiguo libro, comenzó a hundirse en el más allá de sus limitadas sierras y valles, leyendo ensimismada los curiosos pensamientos, tan distintos a los suyos, que tenían unos herejes sin fe. Y entonces conoció a Epicuro.