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LEYENDA DEL ULTRA-HOMBRE DE LA MONTAÑA RADIACTIVA

LEYENDA DEL ULTRA-HOMBRE DE LA MONTAÑA RADIACTIVA

Semipálatinsk, Kazajistán. Año 2005

Había pasado mucho tiempo, pero en 2005 Oleg se estaba haciendo una reflexión similar mientras contemplaba las maravillosas obras de arte de orfebrería y cerámica mochica en la exposición de Omsk, su ciudad. No pudo dejar de pensarlo:

- ¡Parecen máscaras para el Guerrero Dorado!

Ya había pasado bastante tiempo desde que la Guerra Fría había dado lugar, lejos del frente occidental ruso, a una faraónica idea de investigación militar al más alto nivel y desconocida en toda su extensión hasta por aquellos que la estaban diseñando. Túneles y galerías secundarias donde ocultar al mundo las explosiones nucleares que permitirían que Rusia siguiera liderando la investigación militar. Para ello se hizo llegar a ese remoto reducto, habitado por pastores nómadas, a los mejores científicos, estableciéndose en ese punto la vanguardia de la Academia de las Ciencias de la URSS. La vida en el paraíso helado no perduró mucho tiempo envuelta en su ingenuo optimismo. Al principio, la llegada de los rusos, sus recursos, su tecnología desarrollada, supuso un gran impulso hacia la sedentarización y cambio de trabajos y economía de los nativos. Llegaron alimentos desconocidos para ellos, para gran placer de los niños que ahora podían comer hasta naranjas, se inició una incesante actividad edificadora y en poco tiempo surgió una ciudad con casas para todos. Ahora las familias recibían un salario fijo, tenían una casa moderna y aunque las explosiones nucleares de vez en cuando desencajaban sus puertas y rompían sus cristales, la brigada de soldados soviéticos se encargaba de reparar los daños prontamente y cada explosión nuclear para ellos era una fiesta, una especie de eclipse que todos se afanaban por contemplar en su inmensidad, tendidos en alfombras. Desgraciadamente, sólo pudieron contemplar la gran nube en 13 ocasiones

La segunda fase fue menos atractiva pero no menos mortífera. Túneles verticales y horizontales, finalmente sellados, donde se hacían estallar las nuevas bombas llevando la energía asesina a las aguas de la montaña para de allí pasar a las plantas y a los rebaños de ovejas y vacas que pastaban inadvertidas de su carga de alimento venenoso, rico en tritio, cesio y plutonio.

Tras aquellos días de disfrute inigualable de los adelantos del mundo moderno, la aparición masiva del cáncer en sus comunidades, dio lugar a los mayores espantos que ninguna mente humana pudiera haber imaginado. Nacían bebés sin piernas, sin cabeza, con ojos en lugares insospechados, con brazos deformados hasta adoptar una forma inimaginable, … era la pesadilla de monstruos de ciencia ficción hecha realidad cotidiana. Y las muertes se fueron cebando día tras día en los habitantes de Semipálatinsk.

Con  la perestroika se detuvieron las explosiones, y la constatación de la falacia de la inocuidad y seguridad absoluta de esa fuente energía provocó un éxodo masivo hacia occidente de los rusos que habían llegado allí hace años. Los kazajos entonces se dedicaron a vender la chatarra que para ellos era un tesoro, tras hacer saltar con bombonas de butano los sellos de 50 metros de largo de galerías y pozos que habían sido sellados con ayuda estadounidense, por miedo a que las bombas cayeran en manos de terroristas. De nada sirvieron las advertencias de su poeta Olzhás Suleiménov, consciente del riesgo que corrían de vivir en un lugar donde habían explotado casi 500 bombas nucleares. Tras años de inconsciencia en inconsciencia, fueron muriendo todos los que no huyeron a tierras más seguras como nuevos nómadas, quedando entonces la montaña solitaria, como símbolo del poder humano sobre la vida y la muerte de su planeta.

Pero todos no murieron. Sobrevivió Oleg. Sobrevivió porque su cuerpo consiguió adaptarse a un entorno inhumano. Sin sangre en las venas y todos sus huesos sujetando una masa de células que se comunicaban y reproducían con el ansiado alimento de elementos radiactivos. Su sistema nervioso se electrizó hasta tal punto que sólo quedaron en él residuos de racionalidad sin que pudiera captar ni siquiera un atisbo de sentimientos o sensaciones sobre el mundo que le rodeaba. No recordaba mucho de su vida con humanos, alguien lo dejó en el túnel más contaminado esperando que la radiactividad acabase pronto con él. Inspirando las radiaciones, para él vitales, se gestó un ultrahombre, un caso único que no había conocido el machacado planeta hasta entonces.

Oleg era un terrestre extraterrestre. Rey de la montaña, su vida transcurría reducida a paseos sistemáticos por el dédalo de galerías abandonadas, donde absorbía la dosis habitual de radiactividad, única concesión a su sentido de descarga que necesita cargarse. El instinto de supervivencia se le había quedado grabado desde el mismo momento en que lo abandonaron, y ahora era el único impulso que dirigía su vida inorgánica.

Pudo haber sido completamente desconocida su existencia y el devenir futuro de las constantes vitales de esta nueva especie creada inconscientemente por la ciencia. Hubiera sido un ser atípico alejado de los humanos, viviendo en una montaña maldita de la que estos trataban de mantenerse lo más alejados que podían pues sabían que emanaba cánceres. El ultrahombre, si su historia no hubiera llegado a oídos de la ciencia, habría arrastrado una vida infrahumana sólo acompañado de los millones de arañas a las que parecía favorecerles la radiactividad de la montaña.

Pero llegó Kristan, directamente del Nuclear Energy Institute (NIE) de Washington, con la misión de comprobar si eran ciertos los rumores, confirmados por sus sistemas de captación geográfica SIG, de que había supervivientes en Semipálatinsk, lo que sin duda sería un argumento de peso para apoyar sus argumentos a favor de la benignidad de la energía nuclear, tras los reveses sufridos a nivel mundial en los últimos años por la postura pro-nuclear.

Kristan era una hermosa mujer rubia, ya cuarentona, con unos ojos escudriñadores que no ocultaban su deseo de conocer todo lo que el mundo pretendía ocultar. Llevaba tiempo intentando superar su empleo como técnica de laboratorio de análisis radiactivo. Necesitaba aventura, y hacía tiempo que sabía que dentro de ese centro de alta tecnología no la iba a tener. Cuando supo del proceso de selección para el envío de un empleado del centro a la peligrosa misión sobre terrenos radiactivos, no se lo pensó demasiado. Hizo de todo, desde la preparación de un proyecto específico de la máxima calidad, continuas llamadas, entrevistas con sus jefes, por supuesto usando sus evidentes dotes sociales para ensalzarse e insuflar desprestigio a sus contrincantes, en una continua actividad de trepa para la que era una persona especialmente dotada.

Era el mes de abril cuando, una Kristan totalmente irreconocible bajo su escafandra blanca, similar a la usada por los astronautas en los viajes espaciales, se decidió por fin a escalar la montaña. Había usado bastantes dólares de sus dietas para conseguir que los nativos le ayudaran en inglés a conocer el pasado y presente de sus tierras. A sus oídos había llegado la fantasiosa leyenda del hombre azul, como lo llamaban los kazajos, que habitaba en la montaña maldita, y que hacía morir a cualquiera que estuviera en su presencia, con los rayos de energía que emanaban de unos ojos sin capacidad de parpadeo. Tal historia inflamó instantáneamente la sed de conocimientos de la científica.

- ¿Un hombre de color azul? ¿Y además brillante? No querrá que me lo crea, ¿verdad?

- Sí, sí, lady. Ese hombre existe, pero todos los que lo vieron murieron tras contárnoslo. Es un demonio de la montaña. Ni nuestros chamanes han logrado salvar a ninguno de ellos.

- ¿Y desde cuando se cuenta esta leyenda?

- No es leyenda, lady. La montaña maldita mata a todo ser vivo que se le acerque. No vaya allí.

- ¿Pero es una leyenda que viene de lejos?

- No es una leyenda. Es verdad, se lo juro. Todos lo contaron igual. Un hombre azul con ojos fijos que encandilan. No habla ni ríe. Ya nadie va allí. No vaya allí, lady, morirá. En la montaña vive todo el mal que trajeron los rusos.

- Parece una historia de viejas para asustar a los niños.

- No, tómeselo en serio, por favor, lady. Todo empezó con las explosiones para hacer saltar el sellado de las galerías. Unos tras otros fueron enfermando los animales y las personas. Uno tras otro fueron muriendo hasta que la montaña quedó vacía. Está totalmente prohibido ir allí. Es el infierno de la Tierra.

Kristan se quedó pensativa. Lo que sí sabía que era cierto, ya que la noticia hace tiempo que había llegado al NIE, es que los nativos habían hecho saltar inconscientemente los compactos sellados de las galerías para conseguir dinero vendiendo los restos post-explosiones. ¿Un hombre azul? ¿Azul como un reactor nuclear? ¿Brillaría el agua en su interior en su reacción con el uranio? Ella no conocía nada parecido. Nadie lo conocía, aparte de los pastores kazajos aparentemente. Y su inquieta imaginación la lanzó a la aventura. Una aventura forzadamente solitaria, porque nadie se prestó a acompañarla.

Kristan iba pensando en ello mientras su escafandra detectaba los pitidos del contador Geiger impreso en su traje sideral, cada vez más fuertes y frecuentes. En la ascensión iba fotografiando y tomando muestras de las nuevas especies vegetales y animales que la radiación había aportado al planeta, de formas que se negaban a cumplir las leyes del fototropismo o la simetría corporal, en una nueva creación de vidas desconocidas hasta entonces. Era un apasionante buceo en la nueva evolución que recientemente la ciencia había arrebatado a sus dioses. Una evolución enferma, plena de enigmas, y con insondables consecuencias. Pero para Kristan ése era precisamente el acicate que la había traído hasta aquí, algo que le permitiera superar la monotonía del laboratorio en el que había estado trabajando hasta entonces.

Oleg la vio primero. Sus sistemas de captación ni siquiera pensaron que era una mujer, pues nada en tan amplio vestido dejaba entrever quien estaba dentro de esa célula de protección radiactiva. Aun cuando su percepción de los humanos no siempre implicaba que se interesara por ellos, en este caso le llamó la atención el comportamiento inquisitivo de Kristan, diferenciándose en su lentitud de avance de las otras ocasiones en que incautos pastores habían matado a sus vidas paseándose por los senderos sin ninguna protección anti-radiactiva.

El contador Geiger avisó a Kristan de que una fuente de radiactividad mucho mayor se encontraba en las proximidades. Al mirar monte arriba lo vio. ¡Sí, era él, el hombre azul! ¡Los kazajos tenían razón! Allí estaba mirándola con su cara redonda en la que resaltaban unos ojos enormes, para ella muy atrayentes. Era un hombre fuerte sin forma musculosa, sin abultamientos ni pliegues, un hombre de formas suaves, como si se tratara de una escultura de madera desbastada con un cepillo. Lo llamó.

- ¡Eh, Hombre Azul! ¿Me oyes? ¿Comprendes lo que digo?

Para su decepción, no tuvo respuesta. Nunca la tendría. Pero a pesar del martilleante sonido del Geiger, Kristan no quiso dejar de pasar la ocasión. Subió rápidamente hasta donde estaba él y comenzó su estudio del ultrahombre, que tanto impresionaría al mundo de la ciencia a su vuelta al NIE.

Podía acercársele, girar a su alrededor, tocarlo, mientras él permanecía impasible sin aparentar comprender ni importarle el interés que había despertado en la recién llegada. Pero un análisis biológico hubiera estado incompleto sin una extracción de sangre, por lo que pronto el hombre azul tenía una aguja clavada en el cuello a través de la que la científica llenaba la jeringa de un líquido azulado.

- ¡Es agua, agua radiactiva! – dijo Kristan totalmente asombrada, llevando en la mano la jeringa con la muestra, poco antes de caer al suelo por los efectos del chorro de energía que emitió Oleg, a través del agujero en su piel que le había provocado el pinchazo. Oleg huyó de allí y ya no lo vio más.

Los siguientes meses fueron de estudio frenético en Washington sobre los nuevos descubrimientos de Kristan, especialmente sobre qué hacer con el ultrahombre, ya fotografiado y estudiado superficialmente, pero aún no recogido para llevarlo al laboratorio  y poder estudiarlo en profundidad.

En la montaña de Semipálatinsk, Oleg comenzó a reaccionar de modo decididamente humano al comprobar cómo, tras aparecer su foto en las televisiones de todo el mundo, invadían su pequeño paraíso personal hordas de fotógrafos y periodistas que subían al monte con los imprescindibles trajes anti-radiación que, dada su demanda, ya vendían y alquilaban en la ciudad. Ahora por primera vez tenía un sentimiento, la molestia de sentirse abrumado por la continuas llegada de visitantes. Se adentró por la red de galerías de la montaña radiactiva para poder vivir como siempre había vivido. Por la herida de la inyección durante días le supuró su agua vital que, en contacto con el suelo fue el alimento extra de sus compañeras las arañas radiactivas. Ellas se encargarían de acompañar a los imprudentes senderistas que iban llegando a ver al Hombre Azul hasta sus domicilios, pueblos y ciudades, donde la plaga de arañas invadiría el mundo entero.

Ante tanto revuelo mediático, las autoridades rusas decidieron intervenir. Como otro argumento diferenciador, en su continua pugna con los estadounidenses, capturaron a  Oleg y le hicieron desaparecer, para que su singularidad ya no viajara más fuera del país. Ya no aparecería en las pantallas informativas y al poco tiempo las noticias oficiales de guerras e injusticias volvieron a cargar de rutina las parrillas diarias de los medios, junto a los espectáculos deportivos favoritos de cada país. La memoria social es de corta duración y pronto el extraño ser fue olvidado por completo.

 Oculto  en un remoto centro de alto secreto ubicado en Siberia, Oleg fue analizado y desradiactivizado, le hicieron una serie de transfusiones completas de sangre, lavándole todo el aparato circulatorio, quedó recluido durante días bajo una campana con temperatura y presión regulada, donde fue adaptándose a una vida sin radiactividad y a una alimentación orgánica que sustituyera a su papilla anterior de agua contaminada, impidiendo de ese modo que muriese de inanición…  sí, fue un éxito científico sin precedentes, aunque no se sabría hasta años después. Oleg era ahora un chico joven con sangre en las venas, un joven casi normal. Sus rasgos físicos se habían recuperado, pero no ocurrió lo mismo con su psicología. Era mudo y aunque su rostro resplandecía atrayendo hacia él todas las miradas y numerosos deseos, no parecía reaccionar ante ningún estímulo. Al principio tenían que alimentarlo con jeringuilla, luego le daban de comer  a cucharadas y lo más lejano que pudieron llegar sus alimentadores fue a que se alimentase solo cogiendo la comida con la mano. El resto de sensaciones y emociones parecían no formar parte de él. Ni reía, ni lloraba, ni hablaba ni escuchaba, no le emocionaba ni le llamaba siquiera la atención la música, el arte, el deporte, el cine, … ni sentía frío ni calor, no intentaba hacer ningún esfuerzo aunque sus fuertes brazos y hombros hacían explícita una fuerza considerable, tampoco mostraba ninguna reacción al placer táctil, ni siquiera comprendía el significado de un beso, … era el hombre amorfo ideal. La única reacción sensorial que le igualaba a los humanos era el dolor. Cuando algo le atravesaba la piel, desde una punza a una picadura de mosquito, le temblaba la cabeza, provocando su huida al lugar más remoto y oscuro en el que podía esconderse. Finalmente, el gobierno ruso, ante la falta de progresos con el ultrahombre, encargó a la más famosa chamana ezbeka que le insuflara los espíritus necesarios para volverlo un hombre de verdad. Ni echándole el humo de hierbas aromáticas, ni escupiéndole leche en la cara la hechicera consiguió ningún resultado. Tras una intensa meditación, comprendió que ese lugar no era el adecuado, que allí nunca mejoraría. Pidió continuar con el tratamiento en la taiga, y una vez conseguido el permiso desaparecieron la chamana y Oleg dentro de los enormes bosques de cedros y abetos. Durante meses nadie sabría nada de su existencia. (CONTINÚA EN SIGUIENTE SECCIÓN)

En aquella época, los poderes fácticos de EEUU, en su interminable pulso con Rusia, compraron unos cuantos científicos rusos más, para tener actualizadas sus líneas de investigación en varios campos en los que no lograban avanzar. Entre ellos se encontraba el doctor Micha, un psicólogo conductista que había fracasado en su atención a Oleg. Había aplicado todos sus conocimientos, pero no consiguió hacerle avanzar nada en su proceso de humanización.

Los agentes estadounidenses habían revisado su currículo, primer requisito que exigían antes de incorporarlos a su nuevo empleo, y comprobaron su participación en el caso Oleg.

Al día siguiente el científico estaba sentado frente a Kristan, ascendida a un cargo de responsabilidad tras su exitoso viaje a Kazajistán.

- Buenos días, doctor Micha. Soy Kristan Filter, jefa de investigación del Departamento de Efectos Radiactivos. ¿Se encuentra bien entre nosotros?

- Sí, fue un largo viaje, pero el alojamiento que me han proporcionado es muy agradable, gracias.

- Me alegro. ¿Sabe por qué lo hemos entrevistado con tanta premura?

- No estoy seguro. Me imagino que será por el caso Oleg. Es lo más extraño en lo que he trabajado a lo largo de mi vida profesional.

- Exacto. Como científico sabe que según vamos conociendo los efectos nocivos de la energía nuclear sobre el cuerpo humano, va aumentando nuestra preocupación. Tenemos varias zonas de nuestro imperio donde se están produciendo numerosos casos de afectados por enfermedades directamente derivadas de las radiaciones. Por eso nos interesa mucho el caso de Oleg, al que tuve el privilegio de conocer personalmente en Semipálatinsk, cuando estaba en estado de ultrahombre, como lo definen ustedes, una definición muy acertada. Es el único caso conocido de supervivencia humana a tales dosis de radiactividad. Y queremos saber todo de él. Su gobierno ha sido especialmente cauto sobre este asunto. En realidad ha guardado un secreto absoluto, no permitiéndonos ayudarle con nuestros conocimientos sobre el tema.

- Sí, estábamos confinados en un centro especial en Siberia, con drásticas medidas de seguridad radiactiva, y el compromiso de lo que ustedes llaman DNA (Non-Disclosure Agreement).

- ¿Todavía se mantiene ese DNA?

- Bueno, tras la fase de reorganificación de Oleg y ante el fracaso continuado de nuestros intentos de personificarle, al gobierno pareció dejar de interesarle el tema, inmerso en los problemas de las revoluciones y guerras periféricas que tiene que atajar. Si les interesara seguir manteniendo el secreto no me habrían dejado venir, ¿no cree?

- Claro. Entre dos grandes potencias los asuntos que a ambos nos afectan son múltiples. Éste es uno de ellos, en el que parece haber acuerdo actualmente. Nuestra colaboración es positiva para ambos países.

- Mejor así. No se alegraron mucho cuando les dije que me venía a América pero tampoco pusieron objeciones demasiado importantes.

- Bien. Empecemos, si no le importa. Yo conocía un Oleg con figura ligeramente distinta a nosotros, como le diría, con formas menos marcadas, como una escultura de Modigliani, aunque en gordo. Así seguirá siendo, ¿no?  

- Se equivoca. Tras la descontaminación y las sucesivas transfusiones de sangre, recuperó una figura absolutamente normal, un hombre joven, fuerte, …

- Y atractivo ¿no?

- Sin duda. Sus ojos atraen todas las miradas.

- A mí me impresionaron cuando lo vi. ¿Entonces, el líquido azul que le daba nombre desapareció?

- Por completo. Ahora, si se pone junto a otros jóvenes de su edad no destacan más que sus ojos, su mudez y su mirada vacía. Aparentemente es uno más.

-¿Y no le quedan rastros de radiactividad?

- Fue un proceso enormemente laborioso. Tuvimos que trabajar en cámaras con aislamiento total por nuestra propia seguridad, pero la ciencia rusa está muy avanzada. Hemos conseguido eliminar todos sus isótopos radiactivos, sin vernos afectados los trabajadores.

-  Sí, ya sé que en algunos sectores nos llevan ventaja. ¡Pero por poco tiempo! Bromeo – dijo Kristan, arrepintiéndose del desliz que acababa de cometer. Una Directora General no debería haber dado muestras de esa comprometida sinceridad.

- Estamos aquí para ayudarles – dijo el doctor Micha, para su tranquilidad.

- ¿Se alimentaba? ¿Cómo? ¿Y cómo se alimenta ahora?

- Probablemente su única alimentación hasta que lo llevamos al centro fuese agua radiactiva, abundante en la montaña donde se hicieron los ensayos nucleares. El proceso de reintroducirlo en la alimentación orgánica fue enormemente complicado. Debíamos darle comidas que nunca había probado y su estado amorfo aparentemente las aceptaba, aunque finalmente las defecaba o vomitaba sin haber absorbido ninguna sustancia nutritiva. Los dietistas tuvieron que trabajar muy duro. Hubo que reconstruírsele por completo la flora intestinal, trasplantarle papilas gustativas, comprobar el paso de energía al aparato circulatorio y  de ahí al respiratorio y excretor. Una labor muy difícil. Pero finalmente comió.

- Entonces todo perfecto, ¿no?

- La parte orgánica sí, la parte psicológica, para mi desgracia, no.

- Explíqueme, doctor Micha.

- No hemos conseguido que reaccione como un humano. Sólo reacciona al dolor, huyendo de cualquier cosa que le pinche.

- Sí, yo le pinché para sacar una dosis de su líquido corporal, y huyó. ¿Y entonces?

- ¿Sabe qué son los chamanes, doctora Filter?

- ¿Los hechiceros de los indios?

- Bueno, esos son los sucesores de los chamanes siberianos, ya que los indios vinieron de mi tierra.

- Sí, lo sé. Pero, ¿a qué viene esto?

- Ante el fracaso completo de todos los psicólogos del proyecto, el jefe de la investigación llamó a una famosa chamana.

- ¿No me diga que han dejado a Oleg en manos de una bruja?

- Así es. Es la más famosa chamana ezbeka. Cuando la ciencia fracasa, ella es la única esperanza.

- Por favor, por favor. No me lo puedo creer. Y ella está ahora en su centro secreto haciendo conjuros, ¿no?

- Negativo. Se llevó a Oleg a la taiga. Aún no han vuelto.

- ¿Qué me está diciendo? ¿Se han ido a un bosque impenetrable, de árboles gigantescos, más grande que mi país?

- Así es. Llevan meses desaparecidos.

- Increíble. Dígame la ciudad más cercana al domicilio habitual de esa chamana, por favor.

A la semana siguiente, una Kristan que había dejado atrás los trajes chaqueta de diseño que marcaban su estatus, reemplazándolos por un modelo militar procedente de los equipos de la fracasada guerra de Vietnam, aterrizaba en la ciudad de Omsk. Afortunadamente era junio, cuando el frío y la nieve ya querían rendirse y la gente empezaba a plantar apresuradamente sus patatas y demás hortalizas para aprovechar los escasos 3 meses que tendrían para crecer y poder cosecharlas antes de la gran helada.

No le costó mucho encontrar el domicilio de la más famosa chamana local, ya que parecía ser una persona muy popular.

En su consulta, tras una abultada “voluntad” que le hiciera hablar, Kristan, aparte de los reproches que se tuvo que oir por el uso mediático del caso Oleg, lo que provocaría enormes cambios sociales según ella, no consiguió mucho más que la ubicación en el mapa de la zona en la que vívía la gran chamana y un saquito que debería colgarse del cuello para poder ser admitida dentro del círculo de chamanes siberianos.

Cuando volvió al hotel y puso la tele, comprobó que la chamana tenía razón. La plaga de arañas radiactivas había hecho saltar todas las alarmas. Tal como dijo la chamana, las arañas cambiarían la sociedad. Una vez invadidas todas las cloacas de las ciudades, descubrieron el delicioso alimento que es la sangre azul, escasa pero existente, especialmente en Europa. La noticia de pobres princesas y príncipes enfermos, gravemente enfermos, murientes y muertos no abandonó los medios de comunicación. Las arañas de Semipálatinsk, sin ningún tratamiento eficaz aparte del pisotón, fueron extrayendo todo el jugo vital de reyes y reinas, príncipes y princesas, duques y marquesas, hasta que la monarquía ya solo fue un recuerdo que era mejor olvidar por su irrelevancia. De ese modo tan extraño, el pensamiento igualitario derivado de la Revolución Francesa se hizo realidad y no se conocerían otros sistemas de gobierno distinto a las repúblicas, pues todos habitantes del mundo eran pueblo, nadie pudo reivindicar un prestigio hereditario.

Pero para que llegara a ese nivel el declive de los poderes hereditarios aún tardaría unos años. En esas tierras desconocidas, a la científica le pareció imposible que la tragedia monárquica fuera mucho más allá que el desgraciado accidente de una princesa mordida por una araña, un caso aislado.

Su entrada al mundo-bosque produjo en la valiente nueva exploradora una sensación de enanismo y de aislamiento completo. Era un lugar tan inmenso con árboles tan gigantes que desaparecer una persona en su interior tenía menos repercusión que caerse un árbol seco, dando paso a la luz hasta el suelo.

Conducía su todoterreno subvencionado por una pista forestal sin asfaltar, en la dirección que le habían indicado, rodeada de un silencio abrumador, sólo cortado a veces por el sonido chirriante de alguna rapaz… Empezó a pensar que este viaje era una locura, que era increíble que una profesional con sus conocimientos se dedicara ahora a buscar a una hechicera, por unas tierras de extensión mayor que su país.

- ¡Kristan!  - oyó que la llamaba una vieja con rasgos asiáticos, sentada en un tronco caído, colocado en la orilla de la pista, mientras movía rápidamente los brazos para hacerse más percibible.

- ¿La Gran Chamana? – dijo Kristan, frenando en seco y bajando la ventanilla

- Sí, yo soy.

- ¿Usted sabe dónde está Oleg?

- Claro. En las montañas Sayan. Bajo la Gran Roca Colgada.

- ¿Cómo?

- La Piedra Gigante. Está en una ladera desde que la dejó un glaciar en la Edad de Hielo. Su caída será inminente, pues los modernos habéis hecho salir los vapores del Averno. Se avecinan grandes cambios en el mundo.

- ¿Y Oleg qué tiene que ver con eso?

- Oleg es el centro de la lucha entre dioses y demonios. Sólo pude salvarlo poniéndolo en la pequeña oquedad que excavé bajo la Roca. En ese exiguo metro cuadrado está a salvo de los electroshocks, las fuerzas malignas que lo quieren utilizar. Tú también eres una fuerza maligna. Es mejor que te vayas.

- Llevo la bolsa de amuletos, Gran Chamana. Ellos me purifican de intereses egoístas – dijo Kristan, sin estar muy convencida de que lo que decía equivalía a lo que pensaba.

- La bolsa de amuletos te permite entrar al mundo de los chamanes, pero no a participar de nuestra magia. Para eso tienes que demostrar tu resolución, tu aceptación del riesgo que puedes correr y tu sinceridad absoluta. ¿Quieres de verdad hacer que Oleg sea un ser humano con plenas facultades? ¿A eso has venido?

- Sí – dijo Kristan, con preocupación creciente hacia el mundo desconocido en el que iba a adentrarse.

- Entonces deberás buscar al Guerrero Dorado, que vive en la cueva más alta de la montaña más alta de nuestra tierra. Él te puede enseñar a conocer todo lo que nos hace humanos. A él has de llegar con el corazón abierto. Ahora veo en ti un aura sucia, es el aura de los depredadores. Si tus intenciones son usar a Oleg como animal de laboratorio, fracasarás.

- Pero, Gran Chamana, no sé llegar hasta allí. ¡Dígame qué camino he de seguir!

- Cuando el sol aflore sobre el horizonte te indicará el punto exacto hacia el que has de ir. Síguelo.

- ¿Y cómo lo reconoceré? No sé quién es.

- Sigue el sonido del halcón y el rugido del leopardo que retumban en la taiga. Ellos son sus compañeros. Cuando lo encuentres lo sabrás. Como dijo Herodoto, “escita con gorro en punta”.

Tras la desaparición súbita de la Gran Chamana, Kristan se quedó sola. Su mente lógica occidental luchaba contra la realidad. Tendría obligatoriamente que seguir una ruta como discípula de hechiceros para encontrar a Oleg y ver si era posible que se hubiera humanizado pero por influencia del curanderismo y la metafísica, que ella se resistía a creer. Desde su época en la universidad, cuando su primer novio la dejó por el budismo meditativo, era algo que rechazaba intensamente.

Aún así no tenía otra opción. Si quería encontrarlo debía ir a la cueva más alta de la montaña más alta. Y, sin pensárselo mucho más, arrancó de nuevo.

Durante días condujo hacia el Este. La soledad y el silencio aportaron el campo perfecto para la meditación. Su ideología se cargaba de desarrollismo ante una sociedad menos civilizada y que sentía inferior en todo a su país. En todas partes veía oportunidades de negocio. Ampliación y asfaltado de carreteras, iluminación de vías y domicilios, tiendas de pintura en localidades hechas íntegramente de madera cruda que se confundía con el bosque, diseño de espacios públicos con los consabidos establecimientos de comidas y bebidas pro-obesidad, … parecía estar todo por hacer, comparado al nivel de vida estadounidense. Sonrió pensando que estaba instaurando mentalmente el imperio americano dentro de la taiga. En realidad solo era una minúscula mujer sin rumbo, orientada por una mirada ultrahumana.

Repasó su vida adulta y la sucesión de encuentros fallidos con distintos compañeros de estudios o de trabajo. Fueron encuentros más o menos duraderos, a veces breves abrazos que trataban de evadir su soledad tapándola con orgasmos efímeros. Hasta le costaba recordar los nombres y los rostros de sus antiguos amantes, ya perdidos en el pasado… pero volvió a sentir el reflejo del rostro de Oleg en su memoria… y sintió escalofríos. Su racionalismo se tambaleaba, suprimido por una atracción subconsciente hacia un ultrahumano.

Meditó sobre su papel en el mundo, sobre ese futuro cada vez más intrigante, sobre el cerebro de Oleg, cómo podrían desbloquearlo creando un desconocido ser nuevo… Y esa Piedra Rodante de la que tanto le habían hablado, siempre a punto de caerse al lago y siempre inmóvil. ¿Cómo era posible que la chamana la moviera y volviera a dejarla donde está? ¿Era verdad que Oleg estaba debajo de ella?

En otros momentos sus pensamientos discurrían sobre su propio yo. Su vida, que ella, como mujer activa y optimista, consideraba que era plena, ¿en realidad era tan plena? ¿Lo más importante, lo único importante era su profesión? ¿Su futuro sería distinto? ¿Qué nuevos retos le surgirían en la vida? ¿En realidad era tan importante Oleg? ¿No sería mejor volver a su casa y centrarse en las certezas inmediatas?

A diferencia de otros días, en aquel momento oyó el sonido chirriante de un halcón seguido de un rugido.

- Es el Guerrero Dorado – dijo con total convicción, pese a no haberlo visto nunca.

No tardó mucho en oír el aleteo fuerte de la fiera alada, guiado por la velocidad imbatible del halcón.

- Han venido a buscarme. Ha llegado el momento – se dijo, sin poder contener la emoción.

Y ante ella apareció la figura imponente de un guerrero adolescente, vestido todo de oro y con un larguísimo gorro acabado en punta, como había predicho la chamana, adornado con cuernos de reno. Llevaba un arco y flechas y el halcón le acompañaba, posándosele en el brazo derecho tras su vuelo.

El joven arquero no sólo consiguió que parase el coche. De su carcaj sacó una flecha dorada y lanzándola al frontal del todoterreno, hizo que el coche explotara. Kristan solo tuvo tiempo de cogerse la mochila y salir de un salto.  Al momento una hoguera infernal sustituía ahora al enlace de la joven con la civilización.

- ¿Qué has hecho? – dijo desesperada.

- Eres la buscadora de Oleg, ¿verdad?

- Sí, lo estoy buscando desde hace tiempo. Ahora ya no podré llegar al lugar donde está.

- ¿Pero buscas a un hombre o te buscas a ti?

- ¿Qué? – dijo asombrada Kristan. Era increíble que tuviera que reflexionar sobre el psicoanálisis al que la sometía el guerrero, cuando estaba hundida en medio de un mar de bosques.

- Percibo dentro de ti a una persona en conflicto. ¿No es así?

Aún en ese estado, aceptó la extraña comunicación que le ofrecía el guerrero, ya que se veía abocada a seguir a su lado.

- Mi idea original era comprobar si un hombre radiactivo vivo puede convertirse en un hombre normal. En eso estoy trabajando.

- Oleg yace bajo el peso de la civilización, que ha logrado destruir la Naturaleza. ¿Puede la civilización ayudar a la Naturaleza? ¿O simplemente dejarle vivir su libertad?

- Eh… esa es una pregunta que nunca me he planteado. Me imagino que el desarrollo humano se hace a costa de la Naturaleza. Tus vestiduras de oro así lo indican.

- Son mi defensa contra la serpiente energética.

- No tengo ni idea de qué hablas.

- Tú y muchos millones de personas más vivís dentro de ella, porque da la vuelta al mundo. De Moscú a Pekín, de Pekín a Tokio y de ahí a Melbourne. De Melbourne a Ciudad del Cabo para luego ir a Buenos Aires. De Buenos Aires a México capital, de donde pasa a Nueva York y a Londres, para morderse la cola de nuevo en Moscú. La serpiente energética mueve el mundo, a una marcha que lo lleva a la deriva.

- No te comprendo. No sé qué es ni qué relación tengo yo con eso.

- Seguro que llevas uno o varios de esos aparatos conectados a la serpiente con los que puedes hablar, ver, escuchar y saber de modo mágico. Lo veo, palpo los tentáculos de energía que llegan hasta a ti.

- ¿Mi móvil? ¿Esto forma parte de la serpiente? – dijo la joven, sacándose del bolsillo su aparato que le había sido esencial para conectarse a su mundo.

- Oleg es un hombre artificial. Sólo podrá volver a ser un animal completo, cuando te desprendas de tu civilización.

- Sigo sin entenderte. ¿Qué he de hacer?

- Sígueme. Yo te llevaré hasta la Piedra Inclinada.

Ni en sus más atrevidos sueños de tiovivos en su infancia se había imaginado que iba a ir montada  en un leopardo con alas en busca de una piedra.

Menos pensaba que su naturalización iba a ser tan drástica. Pronto el halcón agarró su mochila y ascendiendo por encima de las copas más altas de los árboles hizo que cayeran todas sus pertenencias a la espesura. Cayeron su cartera y documentación, frascos, libros y mapas, cayó el móvil y hasta vio como el cepillo de dientes ridículamente iba a ningún lugar donde recibiría ningún uso. Ahora iba a ser ella sola, en compañía de ese trío disparatado.

- Pronto llegaremos a la Gran Roca, dijo el Guerrero Dorado. La defienden los elecroshocks y son muy peligrosos. Se nutren de la serpiente energética y se reproducen con velocidad. Su fuerza maligna aumenta por momentos, y defienden con fiereza la artificialidad terrestre. ¿Estás dispuesta a correr ese riesgo?

- ¿Qué puedo hacer yo, no tengo ni una navaja?

- Los electroshocks son invisibles, de nada te serviría una navaja. Sólo puede traspasar su barrera un ser vivo natural, curado del desarrollo consumista.

 - ¿Pero qué puedo hacer yo contra seres invisibles?

- Destruir su existencia. Renegar de su importancia tecnológica. Ser un vegetal humano.

- ¿Qué? ¿Esto es un curso de supervivencia?

- La técnica domina el mundo y hace avanzar la civilización,  para orgullo de los humanos que ahora rechazan todo lo natural, aunque ellos también forman parte de la Naturaleza. Pero han sobrepasado todos los límites. La Tierra gime bajo la carga de gases venenosos y materiales nocivos que no sirven de alimento a las plantas. ¿Llegaremos a conocer una Tierra sin plantas? El hacha destructora no se detiene: glaciares que desaparecen, selvas que caen a tierra, gotas de lluvia que queman, tierras vueltas desierto, radiactividad,…

- Es el precio que hemos de pagar para poder vivir en el mundo desarrollado.

- Oleg es parte de ese precio. Entonces ¿por qué quieres encontrarlo?

- Los humanos no somos asesinos de nadie. El enigma actual que todos buscamos resolver es cómo poder mantener un desarrollo sostenible, compatibilizar nuestra artificialidad con una Naturaleza sana y pujante. 

- Así hablan los reformistas de salón, entreteniendo la monotonía urbana de los consumidores de medios de comunicación.

- ¿Crees que es mejor el salvajismo pre-industrial con sus enormes problemas de alimentación y salud?

- ¿Pero no te has dado cuenta de que tú ya eres salvaje?

- No puedo negar que mi experiencia en Rusia me ha marcado, pero soy una mujer de convicciones.

- Se ha agotado el tiempo de debatir. Mírate las piernas.

Ante su asombro absoluto, comprobó que le estaban brotando alrededor de los tobillos unos hilillos blancos que iban creciendo lentamente.

- ¿Qué es esto? ¿Qué has hecho?

- Ahora eres el árbol móvil.

- ¿Cómo?

- Para defendernos de la agresión energética necesitamos árboles que puedan desplazarse. Sólo ellos pueden atravesar la barrera de electroshocks y sobrepasarla siendo inmunes a sus radiaciones. Tu papel ahora es de hacerlos desaparecer absorbiendo su energía para transformarla en vida.

Un atardecer luminoso de final del verano siberiano, una Kristan vegetal, arrastrando sus largas raíces, atravesó la barrera invisible de energía, haciendo que explotaran todos los nódulos energéticos que protegían el lago Raduzhnoye y la Gran Piedra Inclinada contra cualquier intento de que alguien pulsara el botón de contraofensiva de la Naturaleza contra la civilización. Las explosiones que comenzaron a producirse provocaron el fin de su vida humana.  Sus piernas se transformaron en fuertes raíces que penetraban en el suelo, su cuerpo se oscureció más y más hasta convertirse en un rugoso tronco de árbol, del que sus brazos y cabellos formaban un amplio cono de ramas-pararrayos, donde descargaban irremisiblemente los numerosos electroshocks, con una sucesión incesante de chispas de muerte.  Tal reacción en cadena logró que por primera vez la gran piedra comenzara a descender, tras miles de años en equilibrio inestable, atraída y atrayendo al árbol. Cuando la gran piedra cayó al lago comenzó la lluvia, lluvia que arrastraría hasta el túnel en el fondo del lago a toda la materia enemiga de la vida natural.

Oleg pudo entonces salir de su estado de hibernación. Por primera vez en su vida funcionaron sus cuerdas vocales. Era un lamento de liberación de la angustia a la que le había abocado la ciencia moderna. Lloró acompañando a la lluvia incesante que dominaba el espacio. Las voces del leopardo y el halcón manifestaban la alegría animal de la tierra y los cielos.

Oleg era ya un hombre. Un atractivo hombre desnudo de pie sobre una ladera. Tras los lamentos, salieron de su boca mariposas que volaron hasta posarse en el árbol sin hojas y convertirse en flores rosas. Eran las flores papilionáceas del cercis,  que brotaban a borbotones por toda su corteza. El resto de humanidad interior de Kristan fue desapareciendo, transformada en palabras que emitían las flores, para llegar a oídos de Oleg. Así aprendió a hablar el antiguo Hombre Azul.

A la mañana siguiente, paró allí un camionero, extrañado al no ver la Piedra Gigante.

- Es el árbol del amor. ¡Qué raro, no sabía que se criaba en nuestra tierra! ¿Y la piedra? Por fin se ha caído.

Al acercarse al árbol encontró a un joven Oleg tendido en el suelo.

- ¡Papá! – dijo Oleg, de modo inconsciente. Su proceso natural ya se había completado.

Años más tarde, Oleg era ya un culto profesor de Arte. Y ese día fue a ver la exposición mochica…

En otra parte del mundo, junto a la gran roca de El Capitán, una jovencísima niña india le preguntó a su abuela:

- ¿Nosotros venimos de Siberia?

- Así es, cielo mío. Caminando sobe el hielo desde Asia a Alaska.

- ¿Y tú eres Gran Chamana como la de la leyenda?  

- Sí, amor mío. Nos transmitieron su amor por la Naturaleza. Y yo te lo transmitiré a ti. Sin Naturaleza no hay vida humana. Recuérdalo…