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Leyendas universales
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IBERIO Y PYRENE (II)

IBERIO Y PYRENE (II)

... Por primera vez en la vida lloró. Vio como sus lágrimas caían en el agua creando pequeños círculos concéntricos que se extendían poco a poco.

- ¿Qué te pasa, desgraciado? – dijo una ninfa apareciendo ante él.

- ¿Eres Tetis?

- No, soy su hermana Galatea. Veo que tienes pesares. Cuéntame qué te ocurre.

Al día siguiente Iberio conoció al gigante cíclope Polifemo, el amante de Galatea.

- Así que te llamas Iberio y necesitas mi ayuda.

- No sé, Polifemo. La reina Pyrene me pide un imposible. Quiere que desaparezca el agua del mar que separa nuestras tierras.

- ¿No te valdría con un puente?

- ¿Un puente tan largo? ¿Tú lo puedes construir? Pero el agua seguiría estando ahí. ¿No hay otra solución?

- De menuda mujer te has enamorado. Déjame pensar. Quizá en las minas…

El papel de Polifemo fue esencial. Llamó a todos los cíclopes de las montañas y acompañados de Iberio comenzaron a hacer rodar grandes rocas hacia el mar. Pasaron todo el verano tirando rocas hasta formar una cordillera costera que casi lograba taponar el mar de Tetis, dando paso a un río caudaloso que en la lengua de los cíclopes se decía “ebro”. Y Ebro sería el nombre de ese río para la Historia.

Pero al norte el mar de Tetis todavía separaba la Tierra Sur de la Tierra Norte.

Era el tiempo de los titanes, que con sus proezas hicieron perdurar unas sociedades expuestas a tantos problemas. Y entre los titanes, ninguno más famoso que Hércules, a quien aún no le había llegado su hora. Moriría con la túnica de su esposa Deyanira empapada de veneno, pero aún no había completado sus 12 trabajos. Mientras los cíclopes unían las tierras al este, él en el otro extremo de la extensa península, se afanó por dar otra forma a la Tierra y, ayudado de su sobrino y erómeno Yolao, separó para siempre África de Europa. Tal empujón movió hacia el norte y el este toda la placa de la que iba a formarse una nueva península.

Iberio suspiró aliviado. El mar de Tetis ya era un lago. Pero ahora había que vaciarlo de toda el agua, formando una depresión. En las nuevas montañas al este Iberio comenzó a sacar agua del lago. Tenía uno de los extraños objetos de la Tierra Alta hechos de tierra para poder coger más agua que la que cabía en sus manos, pero aún así el lago parecía no descender de nivel. Pasó el tiempo, acudieron a ayudarle allí toda su tribu y los habitantes de la Tierra Alta; los grandes peces del Mediterráneo subían por el río para beber y beber y volver a beber y sacar el agua de allí; Cierzo, el dios del viento, encontró allí su guarida favorita, soplando incansablemente a las aguas para que se fueran al mar Mediterráneo; Helio, el dios del Sol hizo evaporar el agua y secar el barro…

Había pasado un año. Volvió la glaciación, se helaron las fuentes, los arroyos y los ríos. El hielo transformó el río Ebro en un camino donde se patinaba. Ahora podía pasar cualquiera de la Tierra Sur, ahora unas sierras a las que llamaron Sistema Ibérico en honor a Iberio, a la Tierra Norte, viéndose una gran cordillera a la que denominaron Pirineos en nombre de la reina Pyrene. Entre las dos sierras se extendía una enorme llanura vacía, que había sido el fondo del mar.

Las dos tribus, precedidas por sus jefes, se fueron acercando al río helado, que suponía un nuevo límite imaginario entre ellas.

- Admirada Pyrene, mi reina. Ha sido difícil pero lo he conseguido. Nuestras tierras se unen por fin, ampliadas hasta la lejanía. Hoy nuestros pueblos son uno, lo mismo que quiero que seamos tú y yo.

- Apreciado Iberio, gran guerrero de la Tierra Sur. Te agradeceré toda mi vida la gran proeza que has conseguido finalizar y las tierras que hoy pones a nuestra disposición, pero para conseguir mi amor necesito que me traigas la flor que excita los sentidos de las mujeres, pues quiero amarte con toda mi intensidad, día tras día para que podamos vivir juntos hasta el fin de nuestros días.

- ¿Quieres una flor?

- Sí. Sólo quiero una pequeña orquídea, la abejera de espejo, la más inteligente de las flores, que tiene una forma y emite un perfume que atrae a los abejorros y los engaña, fecundándose cuando quieren copular con ella.

- ¿Dónde existe esa flor?

- Sólo sale en primavera en las montañas de tu tierra. Los enamorados de las reinas que me precedieron siempre tuvieron que ir a buscarla al sur, atravesando el mar de Tetis. Para ti va a ser más fácil.

Inesperadamente se abrió el hielo a sus pies y por el agujero salió la ninfa Tetis. Su rostro no dejaba duda. Estaba indignada.

- ¿Qué has hecho, desgraciado? ¿Por qué has destruido mi reino durante mi ausencia?

- Necesitamos esta tierra, nereida. Tú tienes mucho mar para vivir – explicó Pyrene.

- Ahora voy a tener que volver a la Hélade o vivir con mi hermana y su monstruoso marido de un solo ojo. Os maldigo. Tú Iberio no volverás a pasar de este lugar, que será tu nueva costa. Aquí surgirá una ciudad que se llamará Saracosta. La atravesarán varios ríos y la poblarán nuevos agricultores que huirán de vuestras pobres tierras de montaña. Tú, reina exigente, será mejor que ya no busques más a Iberio. Os prevengo, no os juntéis. Si lo hacéis estaréis juntos para siempre, pero de un modo que ninguno se puede imaginar ahora.

Una vez lanzado tan temible augurio, Tetis desapareció bajo el hielo para no volver nunca más.

Como había predicho Tetis las tierras emergidas atrajeron con fuerza a las tribus de las montañas, entrando de lleno en el Neolítico toda la depresión. Era la primavera y las vegas se cubrieron de cereales que darían de sobra ese nuevo alimento, el pan, a todas las tribus. Los barros se hicieron adobes y los adobes casas y comenzó a surgir Saracosta, que se constituiría para siempre, como centro tribal de esas tierras.

Una mañana llegó corriendo un mensajero al refugio de Pyrene.

- Mi señora, ha encontrado la flor.

- ¿Que ha encontrado Iberio la orquídea?

- Sí. Soy su mensajero. Quiere que venga a por ella.

- ¿No va a venir a traérmela?

- Ya sabe lo que le dijo la ninfa. Él no debe pasar a la Tierra Norte. Tetis fue quien le habló de usted. Sin ella nada hubiera sido posible. Me ha comunicado que vaya a verlo a un pequeño valle al principio del Sistema Ibérico por el que transcurre un riachuelo llamado Grío.

- ¿Río?

- Río Grío, así se llama.

Tras unos días alternando vuelos y marcha, Pyrene llegó a las montañas del sur que nunca había visitado.

- ¿Sabéis dónde está Iberio? - dijo, dirigiéndose a los lugareños, acompañados ya por hombres del norte, que les estaban enseñando a moldear cerámica.

- Iberio en barranco de Valvillano. Por ahí.

Pyrene fue ascendiendo por un barranco seco, con un suelo formado por grava de distintos tamaños.

- ¡Iberio! ¡Iberio! – gritaba, sin más respuesta que el eco que sonaba en las rocas de las montañas.

Comenzó a volar siguiendo el curso del barranco mientras seguía gritando.

- ¡Iberio! ¿Dónde estás?

- ¡Aquí, aquí, mi reina! ¡Baja aquí, tengo la flor!

Cuando llegó al suelo, el gigante del sur tenía ante sí a la flor deseada, una pequeña orquídea marrón oscura y azulada no más larga que la anchura de un dedo.

- Pyrene, es ésta ¿verdad?.

- Sí, también lo has conseguido.

- Ahora vamos a decir a todos que nos vamos a casar.

- ¿Pero no dijo Tetis que no nos juntáramos?

- Ella me dijo que estaríamos juntos para siempre. Ya nunca me separaré de ti.

Impulsivo se abalanzó hacia ella y la besó en los labios. Inmediatamente notó que algo extraño le sucedía. Elevaba la cabeza, sus alas se ensanchaban, enmudeció y el color de la piel fue cambiando a gris. Él mismo estaba teniendo los mismos síntomas aunque no los veía. Su chepa fue haciéndose más pronunciada, la cola se estiró completamente, sus brazos cayeron al suelo y ya no se pudo levantar.

El sol del día siguiente dio de lleno por primera vez en dos rocas gigantescas, una en forma de águila y la otra de jorobado con cola de lagarto, que habían surgido a ambos lados de una orquídea que viviría aún allí durante unos días.

Al principio las tribus, alarmadas por la desaparición fueron a buscarlos y se quedaron anonadados con la aparición de las dos rocas tan distintivas. Lo declararon lugar sagrado y durante varias generaciones les fueron a llevar orquídeas. Con el tiempo la historia se olvidó y las rocas vieron como surgían olivos y encinas sobre ellas. Y allí siguieron y seguirán para siempre.

- ¡Qué historia más triste, Rabasón! – dijo Acibella – de nuestra tierra y… tan extraña… ¡Vamos, retírate, y di que venga mi director espiritual, creo que me tendré que confesar después de oír estos cuentos paganos. Ahora voy a leer más sobre Tetis, que el sol se pone pronto.

- Lo que ordene, mi condesa – contestó el bufón, mirándola con la intensidad que solía, sin que ella se apercibiera, porque raramente le miraba…

 

NOTA PARA EL LECTOR:

Las rocas de Acibella y Rabasón todavía pueden verse como en la foto en el barranco de Valvillano, término de Tobed (Zaragoza), coordenadas 41º20'12.89" N / 1º22'02.21" O.