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Leyendas universales
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EPICURO, LA FILOSOFÍA VITAL

EPICURO, LA FILOSOFÍA VITAL

Jardín. Polis de Atenas (Hélade). Año -300.

La noche iba cayendo mientras se hundía el sol en el golfo de Corinto, pero para dos filósofos, uno de ellos anciano, que habían superado épocas de incendios e invasiones en su famosa ciudad, no era nada más que su indicador de que debían avisar a los esclavos de que ya podían dejar de pisar uvas, mientras degustaban los caldos del año anterior que inspiraban sus conversaciones intelectuales.

- Llega la noche. Se va el sol - dijo Epicuro

- Y mañana volverá a salir – contestó su discípulo Hermarco de Mitilene.

La visión de los ciclos de la vida, acompañada de varios cuencos compartidos, prepararon un momento apropiado para practicar su filosofía.

Se oían en la lejanía los graznidos de unas bandadas de aves que subían a dormir a la sierra, filtrados por el constante susurro del bochorno de verano, no tan agobiante ese atardecer.

- Se oye la respiración de los dioses, maestro. Hoy sus corazones están cargados de pasión.

- Vive la vida, Hermarco. Demos gracias al sol por su calor y su luz, al agua por ser la fuente de la vida y a la tierra por criar este vino que nos hace sentir dioses. Ahora la Hélade está en paz y los hombres podemos entregarnos al hedoné, a todos los placeres que nos aporta la naturaleza y la sociedad en la que vivimos. Que los dioses sigan siendo invisibles, solo estatuas. Cuando actúan, normalmente es para crear problemas.

- ¿No oye el susurro de sus voces que agitan los cielos de Atenas? ¿Se estarán retirando hacia el Olimpo?

- No suelo interpretar los sonidos de la Naturaleza. Puedes imaginarlo, pero nadie ha podido demostrar que el sonido del viento pertenezca al panteón de nuestros dioses. Empleas un método acientífico al asignar los movimientos de los átomos de aire a las cuerdas vocales de Zeus o su esposa y hermana Hera, con quien según la tradición, el dios supremo pelea constantemente. Si el Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz, entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

- ¿Entonces, maestro, es mejor no creer que existan nuestros dioses? ¿A pesar de que en su nombre se han erigido enormes templos y estatuas en la península, las islas y las colonias del mar?

- Hermarco, yo rechazo la fatalidad. Los gobernantes saben que la sociedad se mantiene mejor si se divulgan leyendas que oculten sus miedos, que expliquen lo desconocido de un modo comprensible hasta para los esclavos iletrados. Pero nuestros mitos religiosos amargan la vida de los hombres. Hacen que aceptemos la injusticia, la corrupción, la envidia, el egoísmo, hasta la guerra y la muerte han de ser aceptados por nosotros, pues detrás de todos los problemas está la mano de los dioses. ¡Ese no es el objetivo de la vida!

- ¿Cuál debería ser pues nuestro objetivo? ¿Puede vivirse sin los dioses?

- El fin de la vida del hombre debe ser obtener placer.

- Su idea es muy atractiva pero le produjo problemas en su tierra, ¿no?

- Sí, tuve que cerrar la escuela de Lesbos cuando los aristotélicos me acusaron de corruptor de la juventud. Por eso vine a Atenas. Pero la violencia que generaron mis ideas no hizo más que reafirmarme en su validez. En el Jardín estoy bien. Por cierto, ¿qué dicen de mí en la polis?

- La gente está extrañada de que admita en sus enseñanzas a mujeres… incluso a esclavos.

- El placer es universal, y tanto las mujeres como los esclavos disfrutan del placer.

- Maestro, cuando habla de placer se refiere también al placer carnal, ¿verdad?

- Por supuesto. Los goces carnales hay que satisfacerlos siempre. Formamos parte de la Naturaleza y la Naturaleza no tiene destino sino azar. Sólo así es posible la libertad sin la que el hedonismo no tendría sentido. El fin de la vida humana es procurar los placeres y evadir el dolor, pero de una manera racional, evitando los excesos, que provocarían sufrimiento.

- ¿Y qué placeres son más importantes?

- Los placeres del espíritu son superiores a los del cuerpo, pero ambos han de satisfacerse con inteligencia para llegar a la ataraxia. Pero para conseguir ese estado de bienestar, el deseo de felicidad debe conjuntar nuestra parte corporal con nuestra parte racional. Tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres de la carne son criticables. Y el conocimiento por sí mismo tampoco tiene ninguna utilidad si no usa en la búsqueda de la felicidad.

- ¿Cuál es el origen del sufrimiento, maestro?

- En la búsqueda del bien, los cuatro miedos que hemos de vencer son el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso. Los dioses están demasiado alejados de nosotros, los humanos, y no se preocupan de nuestras vicisitudes, por lo que no tiene sentido temerles. Deberían ser un modelo de virtud a imitar, pero sus actos demuestran que no es así. El miedo a la muerte es absurdo, irracional, un sinsentido. Todo bien y todo mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra cosa que la pérdida de sensibilidad. La muerte no nos pertenece pues mientras vivimos no ha llegado y cuando llega ya no vivimos. El miedo al dolor es infundado. Todo dolor es fácilmente soportable. Si es un dolor intenso será breve y si es prolongado, su intensidad será leve por lo que podrá sobrellevarse fácilmente. Finalmente está el miedo al fracaso, aunque en realidad es una preparación para el éxito. Quien considere que la felicidad depende del exterior se equivoca, quedando sometido a los demás, a sus opiniones, a sus recompensas externas. El hombre sabio deberá gozar de una autonomía propia, para así gozar de un estado de ánimo equilibrado y gozoso, aunque tenga pocos medios. El futuro no depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es completamente ajeno. Por eso no debemos esperarlo como si tuviera que venir obligatoriamente ni tampoco desesperarnos como si no fuera a llegar nunca.

- Sus palabras son un bálsamo para mis oídos, maestro. Procuraré seguir sus enseñanzas toda mi vida.

- Espero que sea larga y placentera.

La noche había entrado decididamente en Atenas. Las animadas voces de los esclavos y sus cánticos a Dionisio acompañados de la flauta mientras pisaban las uvas habían desaparecido y ahora se oían sus tranquilas conversaciones junto a las luces de las velas mientras cenaban. Hasta el Jardín llegaba la animación del puerto del Pireo, donde siempre partían y llegaban barcos de las colonias. A esas horas se preparaban los barcos de pesca para lanzarse a la mar y al amanecer traer a la polis pescado fresco. Hacia arriba, en Atenas, se elevaban luminarias de los fuegos de muchas casas para hacer cenas y calentarse, ya que el verano se había ido alejando.

- ¿Otro cuenco más, Hermarco?

- ¿Cuál es este?

- Ya sabes. El primer cuenco es para la salud, el segundo para el placer y el tercero para dormir.

- Y ya no se debe pasar al cuarto, ¿verdad?

- No. A partir del cuarto kilix el vino ya es para la violencia – dijo Epicuro, mirando fijamente al brillo del líquido dentro de su cuenco dionisíaco.

- Este vino es más agradable al paladar que el retsina – dijo el discípulo

- La resina es una gran invención para poder llevar nuestros vinos hasta Massalia. Cada año vendemos a los galos medio millón de ánforas. Pero para que no se pique el vino hay que cerrarlas con resina. Es el único aroma que lleva. Los bárbaros se lo toman el vino sin aromatizar. Qué diferente es el lemnio, este tinto regalo de Dionisio, dulce y aromatizado con orégano y tomillo.

El vino aportó físicamente a ambos el placer racional sobre el que habían estado debatiendo. Los dioses, la muerte, el dolor y el fracaso no eran ya más que palabras ajenas de lugares desconocidos.

- Buenas noches, maestro. Mañana otra vez saldrá el sol

- Y volverá la vida. Así ha sido siempre. Desde el origen.

- ¿El origen? ¿Y cuál es el origen?

Acibella cerró el libro. Su viaje en el tiempo hasta la cuna de occidente le exigía ahora reflexionar. Y para eso necesitaba estar sola, sin nada que la distrajera.